El día que llega la crisis y en el momento menos indicado, ese ha pasado muchas veces en mi vida de mamá, unos días son más dóciles y otros más intensos cuando de crianza se trata… ohhh sí!. ¿Pueden imaginarse las escenas?
Hoy fue uno de esos días de “crisis”, con una niña de 5 y una de 2 años en su máximo esplendor de irritabilidad y lucha de atención, entre llantos y “berrinches”, fueron protagonistas de una escena durante la comida y en presencia de terceros. Cualquiera diría que en mi casa tenemos algo de “locos”, pero por tranquilidad tengo la dinámica familiar de “puertas abiertas”: somos una familia transparente en todo lo que pasa, y pues para los terceros que presenciaron la escena, no fue más que uno más de esos días de crisis infantil de los que tanto me han apoyado o -pienso- criticado.
Llevo unas semanas leyendo el libro “Tu hijo, tu espejo”, un libro que ha marcado, tocado y transformado mi interior… he leído algunas situaciones con las que no me identifico tanto, y otras con las que parece un retrato de mi historia del pasado -mi niñez-, como la del presente. Éste libro me ha hecho cuestionarme, reflexionar, meditar, examinar mis actos respecto a la crianza, aprender a identificar situaciones y al mismo tiempo aceptar mis realidades, que claro, son las que más cuesta ver y enmendar.
Este libro paró en mis manos porque en una de esas tantas crisis de crianza infantil a la hora de la comida, del baño, del juego, en el supermercado… -cuando intento perfeccionar la técnica de la crianza, más que comprender la esencia- terminé en el consultorio de Regina, una psicóloga para niños que lejos de ayudar a mi hija, me enseñó a través de ella -mi hija- a saber cómo reubicar nuestra armonía familiar mientras salimos del caos de la crianza en que estábamos sumergidos.
Si bien no nacemos con un manual de paternidad bajo el brazo, encontré en el libro uno de los capítulos que más me causó impacto: “Cuando ser padres agobia”; con solo leer el título ya me estaba sintiendo identificada con varios momentos de este viaje en el que ser mamá desgasta, agobia, cansa y a veces confunde, y es que no es tarea fácil ser papá o mamá, hay días que con nuestros hijos es fácil entendernos y otros que ni con señas lo logramos, y es en este capítulo en donde se nos hace reflexionar que en múltiples ocasiones escuchamos diálogos secretos como ecos en nuestro interior que dicen “ya no los aguanto”, “son terribles”, “qué hice yo para merecer esto”, “parecen diablos”, “no quiero verlos”, “quisiera huir”, “pensar todo lo que me falta”, “quisiera que crezcan y se vayan” sin importar la edad que tengan nuestros hijos, en algún momento de nuestro viaje maternal lo hemos sentido, unas veces más latente que otras… no es nada nuevo.
“A veces tenemos ganas de que nuestros hijos desaparezcan por un rato, y por supuesto, luego recuperarlos, porque no hay duda que los amamos, no hay duda que queremos cumplir con nuestra responsabilidad como padres. Deseamos estar a su lado y compartir nuestra vida con ellos, pero esa otra parte, ese sentimiento secreto que brota en ciertos momentos, es también real.” Tu hijo, tu espejo.
A pesar de que se escuche feo, incómodo, desamorado, desalmado, etc. son sentimientos latentes, reales, en casi la mayoría de las mamás -según el libro-, y si aún hay algunas que no lo dicen, probablemente lo han sentido en una parte muy oscura de su interior en donde de alguna forma prefieren encerrar o engavetar ese sentimiento por el temor a enfrentarlo.
“Si nos atreviéramos a confesárnoslo a nosotros mismos, ese sentimiento rápido pasaría y podríamos sentirnos de nuevo serenos y en paz. ¿Y por qué no lo hacemos? Porque el solo hecho de reconocerlo nos hace sentirnos malos, culpables y avergonzados, y además si lo expresamos en público, somos criticados y juzgados.” Tu hijo, tu espejo.
Criar, educar, amar, vivir, experimentar, aconsejar, orientar, resolver… son momentos que jamás dejaremos de vivir si somos mamás, algunos van a requerir más esfuerzo o empeño de nuestra parte, mientras que otros serán más sencillos. Hoy por ejemplo, luego de la crisis en el momento de la comida, me hubiera podido incomodar más el momento, me hubiera sentido más apenada por quienes presenciaron los clásicos “berrinches”, pero luego me detengo y pienso que es cuestión de paciencia -la madre de las virtudes-, pero sobre todo de amor.
Educar con amor no implica dejarlos hacer lo que quieran, sino al contrario, que a pesar de los defectos de carácter de nuestros hijos sumado al tiempo que como papás invertimos en dedicación, les amaremos sea cual sea la circunstancia, y que ese amor es el motor que nos mantiene vivos para hacer de nuestros hijos personas de bien, sin importar cuántas crisis lleguen y sin medir la edad o etapa en que nuestros hijos se encuentren.
Ahora me detengo en retrospectiva y cuando escucho las voces secretas, trato de pensar que yo fui así, yo fui niña y ahora puedo sentir lo que mi mamá sentía cuando nos criaba y comprender las veces en que ella se frustraba y desilusionaba de nosotros en cada crisis, porque yo también me he sentido así muchas veces.
De algo estoy segura, formar a mis hijas hoy, hará entonces que cada crisis sea temporal, pero el nivel de amor que yo le ponga a esto, hará que ellas se formen para bien por siempre.