A todos nos pasa, siempre que estamos pasando por una situación complicada nos preguntamos ¿Por qué? ¿Qué voy a aprender de esto? ¿Cuál es el mensaje? Compartirles la experiencia de los pasados meses de mi vida, siento es el principio de un gran aprendizaje que toda mujer que es madre podrá entender.
Hace casi seis meses, con una panza gigante de ocho meses de embarazo de mi segundo hijo Andrés, hermanito de Adriana de seis años, allí empezó todo. Con el líquido amniótico al borde de terminarse antes de tiempo y un bebé bajo de peso, tras meses de ignorar mi estado y trabajar como nunca, el doctor me manda a hacer reposo absoluto y a realizar que mi vida necesitaba una pausa, mi bebé me pedía a gritos un descanso, una plática con él, sentirlo y cuidarlo un poco mejor antes de venir al mundo. Por primera vez en el embarazo sentí temor, de perderlo, de verlo en una incubadora, de obligarlo a nacer sin estar listo.
Entre los desvelos, el moderno reflujo e intolerancias alérgicas, un poco de extra sensibilidad a la vida y mi bebé con menos de tres meses, veo mujeres a mi alrededor luchando de cualquier forma por tener un embarazo o un hijo. Podría decir que esta etapa de la maternidad ha sido una de las experiencias más fuertes que he vivido en los últimos años. Por razones que aún no comprendo, yo con el don de la fertilidad y un bebé sano en brazos, ahora me encontraba cuestionándome por qué no todas las madres tienen la misma oportunidad en la misión de ser madres y formar parte de un proceso milagroso, observo cómo mamás se desprenden de sus hijos para hacer mamás a mujeres cuyo sueño más grande en la vida es serlo. Dicha misión -la de ser madre- me permitió vivir la realidad de dar a luz como migrante en un país del tercer mundo, y así sin saberlo pude conocer lo que sucede a diez minutos de mi casa pero que la burbuja de la buena vida no nos permite realizar, haciéndonos ciegos y hasta insensibles de la dura verdad de lo que nos rodea.
En el país que resido pueden verse cientos de mujeres que a diario van a un hospital público que podría ser el escenario en una película de terror de los años setenta. Lleno de mujeres solas, sin recursos, muchas menores, hasta de 14 años a la suerte de los escasos médicos que con buenas intensiones pero muy pocos recursos tratan de darles el derecho de dar a luz dignamente. Se puede ver todo y basta con ir o ver los diarios: la sangre, la soledad, el miedo, el dolor sin una gota de anestesia o mano que apretar, los familiares esperando por información que jamás nadie les dará sobre el nacimiento de sus criaturas. Sin pasar por alto una sala cuna de cuidados médicos con casi cien bebes, a veces 2 en una misma cuna envueltos con un trapo numerado que les sostiene la pachita que los alimenta porque no hay manos de enfermeras suficientes para atenderlos, docenas de madres con la cabeza y los oídos tapados para no perder su leche, sin información coherente pero con abundante fe mezclada con miedo por las complicaciones de su bebé que visitan durante 3 ó 5 minutos diarios, luego de horas de filas y calor. Y yo siendo una espectadora de dicha realidad que se cruzaba con mi realidad a través de un diario, noticiero, historia o testimonio, en mi linda casa con un bebé sonriéndome del cual me preocupaba una escaldadura, el desvelo y un granito en la nariz. Y así fue como empecé el proceso de gratitud más gigante de mi vida.
A unas cuantas semanas de cuestionarme tantas cosas, tengo un retraso muy inesperado, mi bebé de 5 meses, yo publicista apasionada ya de vuelta en mi trabajo y 4 exámenes caseros que me mataban de incertidumbre con resultados variados que me trasladaban a una aterradora vida, en mi egoísta parecer, con un tercer hijo. Era claramente un embarazo, me tiraba a los brazos de mi esposo llorando y despreciando la idea, pensando en otra panza, otra cesárea, 3 colegios bilingües, adiós al viaje planeado, bienvenidas las 25 libras que con suerte baje, hasta luego a mi carrera y grandes proyectos personales en camino, yo sola en este país sin mi familia que me ayude, tantos pensamientos todos con razones para no estar feliz… todos válidos y hasta naturales del susto para no ser tan dura conmigo misma, pero la verdad si todos banales e irrelevantes comprados con la felicidad de un nuevo bebé, tan superficiales como las exigencias que vida moderna nos enseña.
Con el secreto muy bien guardado pero con náuseas insoportables, mareos y noches sin dormir que poco a poco me permitían también pensar que podría ser linda idea, le dije a Andrés en el oído del regalillo le tenía guardado en la panza y el seguro pensó, qué divertido tener un hermano casi gemelo. Pero lo que me terminó enamorando de la idea fue ver como mi esposo le sonreía a la ilusión. Pasaron los días y el inesperado secreto empezó a ser felicidad. Hasta que una semana más tarde una hemorragia le puso fin.
Y todo esto me lleva a estar aquí, queriendo compartirles sobre esta experiencia en la que viví algunas de las tantas realidades y dimensiones de la maternidad de manera muy seguida e intensa. Desde llevar un bebé en la panza y traerlo a este mundo con temor, pero con tantas bendiciones y posibilidades para darle todo lo que necesita, conocer y admirar a una madre que entrega a un hijo con amor, sabiendo es más madre si lo comparte con una mujer que lo va a amar incluso más que ella, dándole la vida que jamás ella le podría dar. Viendo la realidad de miles de mujeres que dan a luz en las condiciones mas íngrimas y solitarias, dependiendo de un sistema de salud pobre y deprimido como su único rescatador. Despreciar un embarazo cuando tantas dieran todo por uno, lograr aceptarlo y luego en cuestión de días ver pasar por los dedos esa vida que llevaba dentro, y pensar que siempre mi corazón se preguntara si lo extrañaré o no.
Todavía hay cosas que no logro entender, pero lo que sí puedo asegurar es que siento dos grandes y trascendentales sentimientos. Primero, respeto por cada una de esas madres que se atreven a entregarle su vida a un hijo ya sea desde su vientre o uno ajeno, las que sueñan con ser madres y su cuerpo no se los permite, las que son valientes y saben entregar un hijo para que tenga una mejor vida lejos de ellas que junto a ellas, las que reciben a ese hijo y lo aman como si fuera sangre de su sangre o más. Las que piensan más en lo que les trae un hijo que lo que les quita, las que tienen vida en su viente y la ven desvanecer junto con toda ilusión, en una dura pérdida. A todas las que de cualquier manera, en cualquier clase social y condición son madres, mis respetos totales y mi más grande admiración.
Y por otro lado siento el más profundo agradecimiento a Dios porque tengo dos increíbles hijos vivos que me aman, que sobrevivieron nueve meses de embarazo, que nacieron completos y sanos, que les puedo dar todo, que jamás tendrán hambre ni frío. Gracias porque ahora entiendo que estar juntos cada mañana, aunque no me hayan dejado dormir es un milagro.
Que bellas reflexiones que la vida nos regala en experiencias Chamber ! Abrazos y a seguir sumando experiencias caóticamente hermosas