Para: Mundo de Mamá
Por Lorena de Bianchi
Enseñando a nuestros hijos a jugar, es como aprenderán a disfrutar de la vida. A ganar y a perder, a usar la imaginación, a estar con los demás. Jugando, nuestros hijos aprenden a interpretar conocimientos, a ensayar sus fuerzas, a integrar los distintos aspectos de la personalidad: el juego es un reto continuo. Experimentan reglas que se deben seguir para jugar bien; se marcan objetivos, y aprenden a manejar sus derrotas.
Actualmente, muchos padres caen en el error de llenar el tiempo libre de sus hijos con actividades extracurriculares con cierto toque académico (un idioma o un instrumento musical) que complemente sus estudios. Detrás de esta práctica esta el principal temor es que “se pierda el tiempo” durante los periodos libres o de vacaciones.
Sin embargo, un horario apretado significa que nuestro hijo hará muchas cosas, pero quizá no aprenderá a administrar el tiempo. Si se quiere que nuestros hijos crezcan en virtudes, hay que facilitarles que experimenten la propia libertad. Si no se les da la posibilidad de elegir sus actividades favoritas, o se les impide jugar o estar con los amigos, se corre el riesgo de que cuando crezcan, no sepan cómo divertirse. Cuando es así, es fácil que acaben dejándose llevar por lo que la sociedad consumista les ofrezca.
Educar el uso libre y responsable del tiempo requiere que conozcas bien a tus hijos, porque se debe proponerles formas de “ocio” que respondan a sus intereses y capacidades, que les permitan descansar y les diviertan.
Nuestros hijos, sobre todo cuando son pequeños, están muy abiertos a lo que nosotros como padres les propongamos y si esto les agrada, se están sentando las bases para que descubran por sí mismos el mejor modo de emplear el tiempo libre.
Esto requiere imaginación por parte nuestra y espíritu de sacrificio. Por ejemplo, es conveniente moderar las actividades que consumen un tiempo desproporcionado o llevan a nuestros hijos a aislarse (como sucede cuando se pasan horas frente a la televisión o en el internet). Es mejor optar por aquellas que permiten cultivar amistades y que les atraen de manera natural (como el deporte, excursiones, juegos con otros niños, etc.)
Para darte un ejemplo: puedes proponerles que inviten amigos a casa, o asistir a las actividades deportivas en las que participan y de paso, estarás aprovechando la oportunidad para conocer a sus amigos y a sus familias sin dar la impresión de que los quieres controlar o desconfías de ellos.
También puedes pedir ayuda a otros padres para crear ambientes ideales en los que se organicen actividades sanas que se desarrollen teniendo en cuenta la formación que les das a tus hijos.
Enseñar a jugar es un nuevo reto que no tuvieron nuestros padres y puede que esto nos lo haga doblemente difícil, pues vamos en territorio inexplorado y es aquí, en donde nuestro papel como padres es vital. Nosotros somos el ejemplo más cercano que tienen nuestros hijos para ver cómo se debe vivir y en virtud de lo que vean actuarán.
¿Somos capaces de improvisar un juego en cualquier sitio, o esperamos a que todo esté perfectamente preparado con todo lo necesario? ¿Los invitamos a participar de la invención del juego o tratamos de controlar todos sus aspectos?
Los niños no necesitan nada especial para empezar a jugar en cualquier momento, pero nosotros mismo podríamos estar dándoles el mensaje contrario. Así que seamos los primeros en ponernos en marcha a la hora de jugar, pronúnciate a favor del juego imaginativo e improvisado.
No necesitas nada para montar una obra de teatro tomando un peluche y escondiéndose tras una cama o para contar chistes o para convertir tu cocina en la cocina de Ratatouille o la sala en el salón de baile de la Cenicienta. Ellos se divertirán aún más que con un juguete (cuando hacemos esto, el “juguete” somos nosotros mismos, y ese es el mejor juguete para cualquier niño), y además les estaremos enseñando a jugar.
¿Acaso los mejores recuerdos de tu niñez no son cuando estabas jugando?
